INTRODUCCION (pág.7) Si miramos la situación de España en el conjunto de Europa destaca enseguida su posición de límite entre el Mediterráneo y el Atlántico y, a la vez, su cercanía a Africa. Esta posición de puerta entre mares y de eslabón de enlace con el Sur, determina muchos aspectos de su Geografía y de su Historia, siendo ella un puente para el tránsito de culturas en todas las direcciones: - los griegos y fenicios veían la Península como un Finisterre, puesto que viajaban de Este a Oeste, pero, con los españoles como intermediarios, tenían acceso al estaño proveniente de las Islas Británicas, de modo que, indirectamente, entraban en relación con pueblos ajenos al Mediterráneo; - las invasiones bárbaras pasaron por España para afincarse en el Norte de Africa; - los árabes atravesaron toda la Península, pasaron los Pirineos y llegaron a invadir Francia; - ya en la Edad Moderna (1492), desde esta tierra que ocupa una posición de frontera, salen las naves que descubrirán el Nuevo Mundo. A partir del descubrimiento España ejerce, más que nunca, su función de punto de entrada y salida de flujos económicos y culturales entre continentes distintos. Desde un punto de vista geográfico, la posición de la Península en el extremo occidental del Mediterráneo le otorga una peculiaridad: se perciben aquí todas las características climáticas y paisajísticas comunes a las tierras que rodean el Mare Nostrum, pero el territorio dispone también de paisajes desconocidos para ellas, porque sus fachadas Norte y Oeste están abiertas al Atlántico y disfrutan de clima oceánico, húmedo, de suaves temperaturas, reflejado en un paisaje siempre verde, semejante al de Europa Occidental. Una vez que hemos visto la Península en su contexto, es preciso observarla más de cerca. Cuando se contempla su representación en el mapa, salta a la vista, en primer lugar, que tiene una forma mucho más maciza que Italia o Grecia. Se nota también que sus costas son mayoritariamente rectilíneas, apenas articuladas. Mirando hacia el interior, vemos que la Península es un territorio compartimentado por diversas alineaciones montañosas. Es necesario señalar también que, tanto en la fachada cantábrica, como en la mediteránea, como en el límite meridional, potentes cadenas siguen la linea de la costa, estableciendo una especie de cerco o de muralla que aísla del mar las tierras interiores. Sólo por el Oeste se abre la Península a los influjos marítimos (Anexo 3) De este hecho se derivarán, como veremos más adelante, consecuencias de importancia para el clima, la vegetación, los ríos y la agricultura. El mapa topográfico no puede transmitir lo que sí expresa el mapa geológico. Existen tres tipos de terrenos: 1. la zona silícea, que es la más antigua, compuesta por granitos y pizarras sobre todo. Es la que forma el Macizo Gallego y la Meseta, aunque sólo se vea en la mitad Oeste, porque en el Este queda cubierta por una capa de sedimentos arcillosos; 2. una zona calcárea. Se dispone en forma de diadema en torno a la Meseta y se prolonga por los Pirineos y el Sistema Penibético; 3. por último, una zona arcillosa que tapiza el fondo de las dos depresiones y la mitad oriental de la Meseta. Son los materiales más modernos. En síntesis, vemos que por un lado son variados los materiales que conforman el suelo, por otro lado el territorio está dividido en compartimentos por las líneas del relieve. Sabemos también que la Península, poco articulada en sus costas, está aislada del Mediterráneo, pero abierta al influjo atlántico. Por último, recordemos que es territorio próximo a Africa. Con estos datos en la mano podemos empezar a intuir que en España no puede haber unidad paisajística ni de modos de vida. Por el contrario, lo natural es que existan paisajes, no sólo muy distintos sino también fuertemente contrastados, ya que la Península está sometida a influencias tan variadas. Al medio físico diversificado debemos superponer las influencias políticas y culturales derivadas de la Historia, unas influencias que no han sido iguales para la Península en su conjunto y que han agudizado las diferencias de modo de vida en las distintas regiones de España. A grandes rasgos podemos diferenciar cuatro conjuntos geográficos que engloban diversas regiones históricas: 1. la fachada mediterránea: Cataluña, Valencia, Murcia, Baleares y Andalucía; 2. el Valle del Ebro: Navarra, La Rioja y Aragón.; 3. la Meseta: Castilla-León, Castilla-La Mancha y Extremadura. 4. la España Atlántica: Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco. Si nos referimos al Estado español hay que añadir la Comunidad Autónoma de Canarias, situada en la zona subtropical. Las tierras de España suman una extensión de 504.782 km2. El primer conjunto disfruta de los inviernos suaves y de los veranos calurosos que propician el desarrollo agrícola. Si la agricultura era y sigue siendo una actividad económica connatural a estas tierras, el negocio del sol, del ocio, del descanso vacacional es ahora la base de su economía. Andalucía conserva huellas de la cultura musulmana en forma de monumentos que son ya patrimonio de la humanidad, como la Giralda de Sevilla, la Mezquita de Córdoba y la Alhambra de Granada. En esta región es donde más pervive el latifundio aristocrático, de ahí que las diferencias sociales sean más agudas que en otras regiones. El segundo conjunto nos presenta huertas feracísimas asociadas a los regadíos del Ebro, pero que llevan aparejada la terrible escolta de extensiones desérticas, en las que la vegetación se reduce a un escuálido matorral de plantas aromáticas. La Meseta es el centro físico de la Península. Las Castillas se han vaciado, sus gentes emigraron en busca de trabajo dejando detrás pueblos desiertos y ciudades monumentales, hoy en decadencia. La industrialización apenas ha llegado a las capitales de provincias, mientras que, en el centro, Madrid es hoy un gran centro adeministrativo, industrial y de servicios capaz de dinamizar su entorno inmediato. Las tierras del Norte, verdes y minifundistas, no se parecen en nada a las regiones reseñadas. Melancólicos paisajes de formas suaves en Galicia y el País Vasco, se tornan altas cumbres en Asturias y Santander. La montaña llega hasta la orilla misma del mar y el cielo gris tamiza la luz. Minería, industria, pesca, ganadería, ofrecieron amplias posibilidades de trabajo, aunque en la actualidad sean sectores productivos en crisis. Dos pueblos, el gallego y el vasco, se esfuerzan en recuperar sus lenguas respectivas y viven, con los catalanes, un momento de reconstrucción nacionalista. Rara vez en la Historia se ha conseguido la unidad política de la Península. Hispania fue una como provincia del Imperio Romano. Se desmembró con la entrada de los pueblos bárbaros y la escisión se agudizó a lo largo de la Edad Media. En 711 se produce la invasión musulmana y, acto seguido, comienza el largo periodo de 800 años que llamamos la Reconquista. Durante estos ocho siglos, los cristianos refugiados en las montañas del Norte van recuperando los territorios perdidos. Se pondrá en marcha el proceso partiendo de dos núcleos: la Cordillera Cantábrica y los Pirineos. La línea límite entre los dos frentes de reconquista será el Sistema Ibérico, divisoria de aguas entre el Atlántico y el Mediterráneo. Las tierras conquistadas partiendo de la Cordillera Cantábrica se irán aglutinando para acabar formando la Corona de Castilla. Las tierras del sector oriental formarán la Corona de Aragón. A finales del siglo XV, cuando estaba a punto de terminar la Reconquista, se celebra el matrimonio de los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. La unión de ambos no supuso, estrictamente hablando, la unidad de España, porque se trataba de una unión de personas y no de reinos. Esto quiere decir que las dos entidades políticas conservaban sus instituciones independientes y sólo tenían en común las personas de los reyes. Esta estructura de tipo federativo era nueva para Castilla, pero no para la Corona de Aragón, que era una federación de reinos (Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca) unidos sólo por la figura del rey común. Que se mantuvira la independencia de gobierno en los reinos tuvo una consecuencia importante: la empresa del descubrimiento y conquista de América sería sólo negocio de la Corona de Castilla. La Corona de Aragón, que quedó excluída, centró sus intereses en el Mediterráneo. Otro hecho de vital importancia se produjo durante la Edad Media, dentro del proceso de la Reconquista: Portugal, cuyo núcleo inicial pertenecía a Castilla, se independizó de ésta y tomó rumbo propio, ganando tierras a los musulmanes, siempre camino del Sur, como sus vecinos españoles. Por lo que respecta a España, el primer rey efectivo de todos los españoles fue el nieto de los Reyes Católicos, Carlos V, puesto que su madre, Juan la Loca, sólo pudo ser nominalmente reina. Pero también él mantuvo independientes las intituciones de gobierno de Castilla y Aragón. Su hijo Felipe II logró, por última vez en la Historia, la unidad peninsular. Debido a una serie de circunstancias políticas y familiares consiguió anexionar Porugal durante algunos años, pero la personalidad de este reino estaba ya demasiado diferenciada para que se mantuviera la ligazón. Con Felipe II se da un paso adelante en la unificación de España, puesto que quitó al Reino de Aragón sus fueros y privilegios. En el siglo XVIII, Felipe V, primer rey de la Casa de Borbón, hizo lo mismo con los catalanes y se puede dar por conseguida la efectiva unidad política. En 1713 y como consecuencia del Tratado de Utrecht, España tuvo que ceder a Inglaterra el Peñón de Gibraltar. Este pequeño territorio de seis kilómetros cuadrados, sigue siendo una colonia del Imperio Británico, que la retiene por su valor estratégico en el control del paso por el Estrecho. En el siglo XIX vuelve a primar la percepción de las diferencias frente a lo que une a todos. El proyecto de Constitución de 1872 pone de manifiesto las tendencias autonomistas de las regiones. Años más tarde, con la II República y su Constitución de 1931, se deja sentir de nuevo el mismo movimiento centrífugo. El franquismo supuso un regreso a las actitudes centralistas, en tanto que la Constitución vigente (1978) recoge el viejo espíritu descentralizador y refrenda la existencia de las Regiones Autónomas, según un esquema de división administrativa que tiene en cuenta la diversidad histórica, geográfica y linguística de España. Para completar el mosaico de la Península sólo queda dar cuenta de que junto a los Estados de Portugal y España y la colonia inglesa de Gibraltar, existe también el Principado de Andorra, un original espacio político que se hizo independiente ya en la época carolingia. Tratándose de un valle de la vertiente Sur de los Pirineos, es decir, geográficamente peninsular y de lengua catalana, ha conservado la autonomía -ratificada por Napoleón Bonaparte- gracias a una especial estructura política según la cual gobiernan alternativamente dos copríncipes: el Presidente de la República Francesa y el Obispo de La Seo de Urgel. EL RELIEVE ((pág. 17)Si observamos el mapa de la Península con objeto de estudiar su relieve, podremos determinar las siguientes unidades: 1. En el centro una extensa llanura, la Meseta, prolongada litológicamente por el Macizo Gallego y partida por la mitad por una cadena montañosa llamada Sistema Central. 2. En torno a la Meseta: robustos arcos montañosos por el Norte (Cordillera Cantábrica) y el Este (Sistema Ibérico), más el límite meridional de Sierra Morena. 3. Dos depresiones triangulares, una que vierte hacia el Mediterráneo (Valle del Ebro) y otra hacia el Atlántico (Valle del Guadalquivir); debemos añadir la planicie existente en la desembocadura de los ríos Tajo y Sado en Portugal. 4. Finalmente, dos grandes cordilleras, los Pirineos y el Sistema Penibético. Contrastes climáticos (pág. 24) Cinco son las variedades de clima que ofrece España: 1. Clima oceánico, propio de la Iberia húmeda, excluídas las altas montañas. Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco responden a los siguientes rasgos climáticos: - lluvias abuandantes y regularmente repartidas a lo largo de año; - veranos suaves; - inviernos sin heladas ni nieves. 2. Clima mediterráneo, que se extiende por el Sur y Levante, incluídas las Baleares. Andalucía, Murcia, País Valenciano, Cataluña, Baleares y Sur de Extremadura: - pluviosidad escasa, más abundante en otoño y primavera; - larga estación seca; - veranos muy calurosos, pudiendo sobrepasar los 40º en agosto; - inviernos suaves, especialmente entre Alicante y Málaga. Es importante una matización: en Andalucía, la Cordillera Penibética impone las reglas de la alta montaña, de modo que se puede encontrar en en ella puntos de elevada pluviosidad y una estación de esquí en Granada. También hay que recordar dos aspectos ya comentados con anterioridad: en Almería se encuentra el sector más árido de la Península; la embocadura del Valle del Guadalquivir se beneficia de la humedad atlántica por estar abierta al mar, aunque esta influencia se degrade rápidamente hacia el interior al ser la evaporación muy fuerte. 3. Clima mediterráneo fuertemente continentalizado, que afecta a las tierras interiores. Las dos submesetas y el Valle del Ebro caen de lleno en el dominio de la variante mediterránea continentalizada, mientras que el Norte de Extremadura ofrece una variante con influjo atlántico. - pluviosidad escasa, con máximos equinocciales; - larga estación seca; - inviernos rigurosos, con bajas temperaturas, nieblas, heladas y nieve; - veranos cortos y calurosos; riesgo de tormentas; - grandes oscilaciones térmicas interestacionales y diarias. El refranero castellano resume con eficacia: "Nueve meses de invierno y tres de infierno" 4. Clima de montaña. Las características son: - alta pluviosidad; - gran innivación; - fuertes alternancias térmicas; - inviernos largos y rigurosos; - veranos cortos y frescos. De nuevo es preciso hacer una advertencia: la alta pluviosidad no rige ni en buena parte del Sistema Ibérico ni en las sierras Béticas, cuya característica es, precisamente, la tendencia a la aridez. 5. Clima subtropical, en las Islas Canarias. Este archipiélago, situado a 28º de latitud Norte y a 100 km. de la costa occidental africana, recibió el nombre de "Islas Afortunadas". El clima canario está influído por los vientos alisios. La temperatura es casi invariable todo el año, entre 21º y 23º en el litoral. Las oscilaciones térmicas diurnas son mínimas también. La pluviosidad es escasa, pero aumenta en las fachadas Norte y en altitud (entre 290 y 580 mm. al año) La población total. (pág. 31) Históricamente España no ha sido nunca un país muy poblado, sobre todo si lo comparamos con otros países de su entorno físico, como Portugal o Italia. Por el contrario, se puede afirmar que en España siempre han existido amplios vacíos demográficos. Será en el siglo XX, con la elevación del nivel económico del país y con las mejoras sanitarias, cuando el crecimiento se dispare: 1900 18.500.000 habitantes 37 hab./km2 1995 39.206.711 habitantes 77 hab./km2 Sin embargo, no parece que en un plazo próximo el número de españoles vaya a aumentar en gran medida, pues el fulminante descenso de la natalidad ha producido un seco frenazo en los incrementos poblacionales, y las prospecciones que fijaban en 1994 el paso de la barrera de los 40 millones no se han cumplido, muy por el contrario, cabe prever que en el siglo XXI los efectivos totales de población disminuirán ligeramente. Por otra parte, si bien resulta altamente favorable el crecimiento global de la población, hay que añadir que ese crecimiento se produce a la vez que los españoles se movilizan desertizando el centro del país y acumulándose en la orla costera; se puede afirmar que a principios de siglo la población estaba mejor distribuida, ocupando el campo y sin haber nutrido aún a las grandes urbes. Las migraciones interiores. El éxodo rural. (pág. 38) La tardía industrialización de España ha retrasado en el tiempo un proceso por el que han tenido que pasar todas las sociedades desarrolladas: las sociedades preindustriales favorecen la homogeneidad, el equilibrio en el reparto de población por el territorio nacional, mientras que las sociedades modernas, con regiones especializadas en lo económico, propician los desequilibrios. A finales del siglo XX España conoce una situación inconcebible a principios de este mismo siglo: casi ningún español vive en su lugar de nacimiento, ni siguiera en la misma región. Es más, en el lapso de una sola generación, la población española ha pasado de ser rural a ser urbana (78 % de población urbana en 1994). El mapa de densidades de la España actual permite observar que la población española tiende a acumularse en la orla costera mientras que el interior queda mucho más vacío. Un mapa del siglo XVI hubiera reflejado la situación contraria: el interior muy poblado en relación con la periferia. Levemente a partir del Renacimiento, y con gran fuerza durante los dos últimos siglos, se puso en marcha una corriente centrífuga que tendía a vaciar las amplias regiones interiores de agricultura extensiva, de ganadería tradicional o con manufacturas de tecnología atrasada, en favor de las regiones exteriores, que iban desarrollando una agricultura moderna intensiva y que se constituían en focos industriales o turísticos. Las salidas hacia América fueron ya un fenómeno de emigración rural, puesto que los afectados eran en su mayor parte campesinos, y su eventual retorno a España tuvo como punto de destino la ciudad. Pero el masivo despoblamiento del campo español se produjo bajo el impulso de otro factor, la industrialización, de tal forma que los trasvases internos de población reflejan con fidelidad los ritmos del crecimiento o de la recesión industrial. El proceso se realiza en varias fases: 1. Hasta los años 40. A finales del siglo XIX sólo existían en España dos núcleos capaces de atraer población: Barcelona y el País Vasco, que captan mano de obra de su entorno cercano. La corriente se anima en los años 20, durante la Dictadura de Primo de Rivera, para ralentizarse como consecuencia de la guerra civil de 1936-39 y del periodo de autarquía que le siguió. 2. Años 40 y 50. En los años 40 la corriente vuelve a ponerse en marcha conforme el país se reconstruye, y en los años 50 surge un tercer polo de atracción al convertirse Madrid en una urbe industrial. 3. Periodo 1960-75. El trasvase interno de población adquiere proporciones clamorosas. En este corto lapso de tiempo las regiones especializan su economía, la industria se amplía y se moderniza, la agricultura intensiva propia de la zona mediterránea se diversifica aún más; España se abre a Europa como país turístico. Pero el desarrollo económico no afectó por igual a todas las regiones, de modo que la corriente migratoria toma la dirección de la periferia peninsular, donde se hallan las zonas industriales o turísticas: Cataluña, País Vasco, Valencia, Baleares. Las demás regiones producen excedentes de mano de obra al ser territorios agrícolas afectados por el latifundio o por el minifundio; su agricultura suele ser extensiva, de bajo rendimiento, y da lugar a que exista trabajo estacional y paro encubierto; a todo ello hay que unir la mecanización del campo, que redujo todavía más las posibilidades de encontrar ocupación. En estas circunstancias de desigualdad de oportunidades de desarrollo, fueron pocas las capitales de provincia que en el primer momento del trasvase poblacional estuvieron en condiciones de acoger a los efectivos humanos excedentes en su entorno geográfico, a pesar de que ése es el primer destino que suele buscar el emigrante; provincias como Barcelona, Vizcaya o Guipúzcoa disponían de varios nucleos industriales capaces de dar acogida a los propios catalanes o vascos, pero son una excepción; en el interior, sólo se comportan de forma dinámica Madrid, que hizo su desarrollo industrial a base sobre todo de castellanos y extremeños; Zaragoza, que absorbió a la mitad de la población aragonesa y Valladolid, en Castilla-León. Estos mismos núcleos serán también punto de destino de los emigrantes de cualquier otra zona de España, de hecho fue enorme el contingente de andaluces o de murcianos que se desplazó hasta Cataluña al carecer de opciones económicas en su propia tierra; Zaragoza recibió a castellanos de Guadalajara y Soria y a Madrid se dirigieron gentes de todo el territorio nacional. En términos absolutos estos fueron los puntos que más población recibieron, pero hubo otras provincias también muy beneficiadas por la inmigración a finales del periodo que analizamos, sobre todo si se tiene encuenta que hasta ese momento no se habían mostrado atractivas, tal es el caso de Alava, la provincia vasca de reciente industrialización, o de Málaga, Alicante, Tarragona y Baleares, provincias mediterráneas de alto desarrollo turístico junto con las Islas Canarias. La expresión "éxodo rural", utilizada por los demógrafos para calificar la emigración interna no es en absoluto exagerada ni retórica, puesto que se trató de un proceso rápido, masivo y desordenado. Su incidencia en el panorama nacional fue enorme: durante el quinquenio 1960-65 marcharon del campo a la ciudad 200.000 personas cada año y en el quinquenio 1965-70 el número casi se duplica. En términos relativos la repercusión todavía fue mayor en determinadas áreas, puesto que expulsaron población provincias como Cuenca, Soria, Avila, Zamora o Teruel, históricamente ya poco ocupadas. |